jueves, 20 de noviembre de 2008

CÓMO ME VISTO

¿CÓMO ME VISTO?
Clara Agudelo

El atuendo en el hombre y en la mujer refleja las señales de los tiempos, de la cultura –lo que el hombre da de sí mismo-, de lo que ellos llevan en el corazón, de lo que piensan, y de lo que sienten, su oficio, dedicación y condición.
¿Cómo me visto?, ¿Qué reflejo con las prendas que uso?, ¿Cómo me puede definir aquel que me vea?, ¿Soy diferente o “adocenado -a-”?, ¿Qué me distingue?, ¿Qué quiero reflejar de mí?, ¿Cómo me siento cómodo -a-?, ¿Me aceptan por mi aspecto?, ¿Hago lucir la ropa o la ropa es la que me hace lucir?, ¿Me escondo o me exhibo?
¿Qué vemos ahora? Piel pintada, estirada, bronceada. Estamos todo el tiempo corrigiendo el diseño que tenemos en la nariz, color del cabello, abdomen, pigmentación, cuello, mejillas y la curva del ojo, cejas, vellosidad o calvicie. Todo está sujeto a cambio, pero ¿Estamos satisfechos? No.
¿Qué nos pasa? No es de lo externo de donde proviene la verdadera satisfacción con nosotros mismos, el gozo de vivir. Con frecuencia ni la familia, ni el cónyuge, o las posesiones, los títulos o los apellidos, ni la ciudad en la que vivimos, logran darle a nuestro semblante la belleza que da el contentamiento genuino y sincero.
Nuestro descontento no lo logra saciar sino la plenitud de lo que somos, el esplendor de nuestra humanidad de nuestro ser, hacer y tener. ¿De dónde provienen tales recursos?, ¿Qué hay que hacer?, ¿Adonde hay que ir para lograrlos? Hay que ir a nuestro interior, no a nuestro yo sino a la instancia superior interna, al encuentro con quien nos hizo, nos diseñó, nos hizo a su semejanza, a quien nos puso el mecanismo por el cual le conocemos; a quien nos dio de su mismo espíritu, que es precisamente quien nos viste con los ropajes esplendidos que ha preparado para darnos cobertura, no solamente para cubrirnos, sino vestidos que nos protegen, nos identifican y nos adornan.
Dios es de quien hablamos. Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos, Él sabe de nuestra desprotección, flaquezas, temores, defectos y pecados, de aquello que necesitamos cubrir; solamente Él tiene la medida de lo que somos y de lo que seremos con Él y para Él. ¿Usted ha visto el encaje que forma el follaje de los árboles cuando se posa contra el cielo?, ¿Ha visto la vestimenta hermosa de las flores?, ¿El conjunto de formas y colores de los tejidos microscópicos de las piedras?, Pues si Dios hizo tales diseños para sus criaturas más pequeñas, que tienen uno o quince días de esplendor, o miles de años, ¿Qué cosas no habrá preparado para nosotros, “hechura suya”, según lo dice?
Él nos dará la dignidad de nuestros ropajes y cuidará de que los vistamos con propiedad. No como muchos esposos de nuestra época laxa, quienes permiten que sus esposas exhiban su humanidad a todos aquellos que quieran deleitarse con quien está reservada sólo para sus ojos. Muchas mujeres de ahora, en ese afán de querer parecer desvestidas sin desnudarse (extraño afán), dejan su decoro al límite ligero de la decencia ciudadana, que cada día se va relajando más, sin reservarse ya casi nada para la intimidad de sus cuartos con la persona amada.
¿Qué esperar?, ¿Ver correr las modas fugaces y lo que el mercado de la confección necesite para mantener vigentes las ganancias de su “business”? Seamos razonables. Nuestra autoestima por el vestir no puede provenir de quien no nos conoce sino por la estadística de las ventas productivas; el propio concepto de lo que somos procede con verdad y seguridad de quien nos hizo, de Aquel que nos da cada latido del corazón, de quien ha preparado cada bocanada de aire que respiramos, del que nos conoce a tal punto que sabe cuál será el último de nuestros días, y que supo de nosotros desde mucho antes de que existieran el tiempo y el espacio.
¿Quién mejor que Él? Él tiene vestiduras reales para cada uno de quienes le amamos –le conocemos- de hecho, en espíritu y en verdad. No son meras telas que se decoloran con el límpido o que se llenan de motas en la lavadora, o que pierden su forma al secarse colgadas al sol, o que “pican” por las fibras ásperas que componen el tejido, o se queman con la chispa de un cigarrillo. Él ha ordenado todo el catálogo de atuendos para sus elegidos, con todo detalle, cosas que ojos no han visto, de diseño exclusivo.
¿Quieres tu participar en esa colección que tendrá una vigencia y una belleza únicas? Búscalo donde Él está, ponte a Sus órdenes y sigue Su consejo, y le oirás decir: “…vístete tu ropa hermosa”.

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